Vida de un Leñador II


... Era una citadina, de aquellas que se preocupan mucho por los "modales" y esas cosas absurdas. En realidad, nunca he podido entenderlas, y tampoco sentía la necesidad de hacerlo, ya que jamás me había sentido atraído por ninguna de ellas; es más, creo que podría contar con los dedos las veces que las he visto hasta ahora. 

Llevaba una muy sugerente blusa blanca, una falda, por cierto bastante ajustada, que le llegaba a las rodillas y en una mano un cuaderno de cuero negro. Tenía los labios pintados de rojo carmesí y un cabello negro que le llegaba más allá de los hombros.

La miré fijamente y, con la ceja fruncida, le pregunté qué se le ofrecía. Separó sus labios y con voz temblorosa empezó a hablar:

- "Yo..."

Y, de pronto, cayó desmayada sobre mi pecho. Por un momento, sentí que el animal en mi interior saldría fuera de control, pero el suave aroma a eucalipto de sus cabellos hizo que me contuviera. La recogí entre mis brazos, la llevé hacia mi dormitorio y la recosté sobre la cama.

Inmediatamente, me dirigí hacia el baño, abrí la puerta y la cerré lentamente. Después de todo lo sucedido, me hallaba un poco confundido. Ya dentro, noté que no todo iba bien, el hacha yacía en el piso donde la dejé; sin embargo, el sapo, que había dejado medio muerto, ya no se encontraba en el mismo lugar. Eché un vistazo a los lados, pero no lo pude hallar.

De repente, escuché su croar detrás de mí. Se me dibujó una sonrisa en el rostro, me sentí feliz por saber que el animal aún vivía. Volteé para mirar al intrépido animal, pero no estaba preparado para creer lo que presenciaría en ese momento: el animal estaba en pleno acto sexual! La hembra, sobre la que ejercía su virilidad, poseía los ojos tan dilatados que me atrevería a decir que estaba al borde de las lágrimas por el placer que sentía.

Un pensamiento ocupó mi mente. Definitivamente, esta era una señal, y solo había una cosa por hacer...