Vida de un Leñador I

Eran las 6 de la mañana, el sol entraba por mi ventana, y se sentía una suave brisa pasando por mi cabaña. Como todos los días, antes de tomar el desayuno, salí a ejercitarme un poco. Bajé por las escaleras, tomé mi hacha y empecé a partir los leños que había dejado regados por el piso ayer.


Después de aproximadamente treinta minutos, regresé a casa para tomar una ducha. Dejé mis pantalones polvorientos en el suelo, me quité la camiseta, y me dispuse a entrar a la ducha. Al verme al espejo vi que los vellos de mi pecho y abdomen estaban más oscuro de lo normal, pero no le tomé importancia y entré a la ducha.

Definitivamente, no hay nada más refrescante que una ducha fría después de ejercitarse. Terminé, tomé mi toalla y la envolví en mi cintura.


Me fui a la cocina, preparé un mate de coca y me senté a beberlo. Luego de unos minutos, sin darme cuenta, ya lo había terminado. De pronto, sentí una picazón en la quijada. Me la froté y caí en la cuenta de que ya tenía la barba bastante tupida y larga. Con una determinación descontrolada, decidí que era el momento de afeitarla. Tomé el hacha que estaba en mi cocina y entré al baño. Aún con la toalla en la cintura, me paré frente al espejo, y de repente, oí un sapo croar; sin dudarlo ni un instante lo cogí. Ahora tenía un hacha en la mano y en la otra, al portentoso animal.


Sin duda alguna, me encontraba satisfecho. Así que levanté al animal y restregué su espalda contra mi barba con bastante vehemencia, cuidando que la superficie de mi rostro quedara impregnada del líquido que el animal desprendía. Al terminar, el anfibio quedó medio muerto; sin duda, su sacrificio no sería en vano.


Todo estaba listo, cogí el hacha, la acosté sobre mi cara y la… cuando de pronto, escuché que alguien llamaba a la puerta. No le tomé importancia e intenté proseguir, pero sus golpes eran tan bruscos que no me lo permitieron. Salí del baño rápidamente, abrí la puerta, y grande fue mi sorpresa al ver que…