... Con el mayor sigilo posible, me bajé de la cama y quedé en posición meditabunda. Aunque intentaba no hacerlo, aún continuaba observando sus apretujados senos. Deseaba saborear su delicioso néctar, pero no me sentía capaz.
Una vez más, mi miembro viril se irrigó, y sentía como la sangre fluía dentro de este. La tensión en él era tan férrea que mi toalla hizo un fleco hacia arriba. Para apaciguar su vigor, lo apretujé de modo tal que pudiera contener su ferocidad; sin embargo, su condición era tan firme que me fue imposible. La rigidez de mi falo era solo comparable al hacha de madera de caoba que usaba para cortar mis leños.
Intenté pensar rápidamente en una solución, pero no se me ocurría nada. Unos segundos después, decidí dirigirme al ático para buscar algo que, al menos, me ayudara a simular mi erección. Abrí un par de gavetas, y en una de ellas encontré unos boxers. No era lo que esperaba, pero estaba seguro de que alivianaría la tensión pétrea que mi miembro experimentaba.
Tal como lo pensé, los boxers paliaron medianamente la situación. Estaba harto de tener la toalla colgada, así que busqué algo más cómodo, al fin, en un armario un polvoriento encontré mi bata roja, esta la usaba únicamente para fumar mis puros sentado al frente de mi cabaña, pero creí que, dada la situación especial en la que me encontraba, la ocasión ameritaba su uso.
Estaba todo listo, una bata roja que expresaba mi ardiente deseo de placer carnal, y mis boxers negros que me ayudaban a simular el descontrol sobre mi miembro. Me prestaba a bajar del ático, cuando encontré en el suelo, tendido y boca arriba uno de los anfibios, por su tamaño y color, deduje rápidamente que se trataba del batracio macho.
Wow, este sapo sí que se la pasa mejor que yo -pensé. De seguro, se merecía un buen descanso después de la faena que le tocó realizar.De pronto, el anfibio, aún tendido y boca arriba, empezó a mover agitadamente sus piernas de arriba hacia abajo. Creí que era un esfuerzo desesperado para intentar darse vuelta y levantarse.
Su intento habrá durado aproximadamente un minuto. Por compasión y camaradería, me acerqué a él para ayudarlo a levantarse. Al extender mis brazos para recogerlo, clavó una mirada fría y fija en mí, como si se negase a aceptar mi asistencia. Me pareció bastante raro, sin embargo, no le tomé mucha importancia, así que una vez más extendí mis brazos para socorrer al animal. Al hacer esto, lanzó un croar bastante grave que me indicaba, ahora sí, definitivamente su desaprobación.
Evidentemente, quería que no lo molestara, así que respeté su decisión y no insistí más. De inmediato, sentí la presencia de alguien más en el ático, sentía que nos observaba muy atentamente. Miré para todos lados, pero pude percatarme de la presencia de nadie más. Al levantar la mirada, se me dibujo una sonrisa en el rostro, pues, finalmente, comprendí de que se trataba. No era nada más que...
continuará...